Un empresario francés decidió que el amor también podía tener patrocinadores. Dagobert Renouf, fundador de una startup de Lille, cubrió los gastos de su casamiento vendiendo espacios publicitarios en su esmoquin a 26 empresas tecnológicas. Cada marca pagó por un lugar en el traje, transformando al novio en una especie de Fórmula 1 matrimonial.
La idea comenzó como una broma en julio, cuando Renouf anunció en redes que iba a financiar su boda ofreciendo “paquetes de patrocinio” sobre su vestimenta. Lo que parecía un chiste se convirtió en una operación de marketing: startups de inteligencia artificial, SaaS y herramientas digitales compraron su espacio, incluida su propia empresa, CompAi.
El sastre tuvo la tarea de coser los parches con los logos sobre la chaqueta, hasta convertirla en un collage de marcas dignas de una feria tecnológica. El día de la boda, Renouf caminó hacia el altar con un traje que parecía gritar “disponible para publicidad”. Las fotos se viralizaron y el emprendedor publicó: “Gracias a las 26 startups que ayudaron a pagar la boda”.
El experimento le generó unos 10.000 dólares, de los cuales, después de impuestos y del costo del propio traje, le quedaron 2.000 de ganancia. La iniciativa, mitad ironía mitad emprendimiento, fue un éxito: los medios la cubrieron y las marcas disfrutaron de una exposición gratuita. Algunos usuarios incluso bromearon con que su próximo paso sería tatuarse sponsors en la frente.
Renouf, que ya había contado su historia de agotamiento tras cinco años de autogestión, encontró en este proyecto una terapia más rentable. En lugar de vender su alma al capitalismo, alquiló las solapas. Y lo hizo con estilo. En sus palabras: “Si vas a usar un esmoquin una sola vez, que al menos te lo pague el SaaS”.
El caso abrió un nuevo capítulo en la economía de los eventos personales. Si la tendencia se consolida, no será raro ver novias con logos en el velo, padrinos auspiciados por fintechs y DJs agradeciendo a sus sponsors entre canción y canción. Al fin y al cabo, el amor puede ser eterno, pero la liquidez no.



