La selección de Haití escribió una de las páginas más emocionantes de su historia reciente: venció 2-0, celebró el empate entre Costa Rica y Honduras y se quedó con lo más alto de su grupo, logrando así la clasificación a un Mundial después de 52 años.
Y fue absolutamente merecido. Desde el minuto uno, los Granaderos salieron a matar o morir, conscientes de que se jugaban mucho más que un partido. Impulsados por su gente y por la ilusión de alcanzar una gesta futbolística inolvidable, el equipo arrancó con una intensidad feroz. La recompensa llegó rápido: Louicius Deedson, delantero del FC Dallas, firmó un golazo a lo Messi para abrir el marcador y romper el silencio que pesaba sobre la noche haitiana.
Ese 1-0 significó un desahogo. A diferencia de Costa Rica y Honduras —que en simultáneo no podían romper el empate— Haití sí lograba cumplir con su parte. El problema era que no dependía solo de sí mismo: Honduras llegaba a la última fecha en lo más alto con los mismos puntos, pero con mejor diferencia de gol.
Antes del descanso llegó el tanto que cambiaría el ánimo por completo. Providence puso el 2-0 y la tranquilidad se adueñó del estadio. Con esa ventaja, Haití no solo ganaba: se acercaba cada vez más al sueño mundialista.
Cuando sonó el pitazo final, la fiesta explotó en las tribunas. Pero en el campo los jugadores vivieron minutos de máxima tensión: reunidos frente a una pantalla, siguieron el cierre del otro partido del grupo. Un gol de Honduras —que finalmente terminó yendo al repechaje— podía arrebatarles la clasificación directa y enviarlos a ellos al repechaje. No ocurrió.
Cuando la igualdad se confirmó, el estallido fue total: Haití vuelve a un Mundial después de más de medio siglo, con una campaña memorable, con fútbol, con coraje y con una noche que quedará para siempre en su historia.
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